La tradición de la rosca de Reyes
La historia de comer la rosca o roscón se remonta hace 3 mil años, cuando en Palestina había celebraciones del invierno y comían panes redondos con miel, higo y dátil; de ahí pasó a Grecia y luego a Roma, para celebrar a Saturno durante el invierno. En esos países escondían monedas o habas dentro del pan, y quien las encontraba se convertía en rey por un día, y tenía privilegios, ya fuera un esclavo o plebeyo.
Con el tiempo, el cristianismo absorbió esta tradición, la relacionó con la fiesta de la Epifanía (Día de Reyes) y le dio otro significado: la forma circular es el amor infinito de Dios; las frutas que la decoran, cerezas, acitrón, cítricos, etcétera, con sus colores simbolizan joyas de las coronas de los Reyes Magos; los dátiles remiten a Medio Oriente, donde nació el Niño Dios. La figurita del niño que en México se esconde entre el pan, hace referencia a los relatos bíblicos: cuando Herodes mandó matar a todos los infantes por miedo a que el nuevo rey de los judíos lo reemplazara, la Virgen María y José tuvieron que huir a Egipto y esconder al niño para evitar su muerte.
Aunque el consumo de la rosca ya existía, y ya había llegado a América en el Virreinato, hay relatos que dicen que se volvió tremendamente popular en Francia en el siglo 18, cuando Luis XV la hizo famosa entre la aristocracia europea. Este “boom” pasó a España de la mano de Felipe V, tío de Luis XV.
En México se acostumbra comer la rosca la víspera de la llegada de los Reyes Magos o el mismo día 6 de enero; quien encuentre el muñequito escondido en su trozo, se convertirá en el “padrino” del Niño Dios y tendrá que ofrecer una fiesta el 2 de febrero, Día de la Candelaria (ver artículo aquí) para todos los presentes, que consiste en una cena típica con tamales y atole.